“La creación artística e intelectual implica sin duda un acto amoroso que produce sentido y valor. Es una experiencia vital de alto voltaje, no solo individual sino intersubjetiva, ya que se completa y se concreta en la recepción activa y co-creadora de los demás. Pero esta experiencia tiene también un costado económico que no se toma debidamente en cuenta, relacionado con la producción de bienes (culturales o no) y con el trabajo humano.
En estos tiempos de pandemia varias editoriales (tanto las más o menos pequeñas, como los grandes grupos) decidieron abrir el acceso a la lectura y descarga gratuita de algunos libros por un tiempo limitado, ya fueran de dominio público o de escritores de su catálogo con derechos vigentes. Hubo quien hizo lo mismo, en redes sociales, pero sin permiso previo de las personas involucradas, que no en todos los casos aceptaron la situación. Si en épocas normales esto hubiera sido calificado como un acto típico de “piratería”, el contexto de emergencia social y sanitaria provocó ásperas discusiones acerca de la circulación de estas obras más allá de la voluntad de sus autores, y puso en jaque la idea de propiedad intelectual y de la literatura como “trabajo” equiparable a otros.”