“Tenemos una clara tradición fundadora de varones escritores que constituyen nuestra piedra basal de literatura “clásica”, “canónica”: Echeverría, Mitre, Sarmiento, Mármol, Lucio V. Mansilla, Cambaceres, entre otros. Pero ese núcleo fundador no incluye a las escritoras como pares. Sin embargo, también estaban ahí: Juana Manuela Gorriti, Eduarda Mansilla (hermana de Lucio V.), Juana Manso, entre las principales. Ricardo Rojas dedica a las autoras un capítulo de su pionera historia sistemática de la literatura argentina, pero como un fenómeno aparte, una suerte de “rareza” o “novedad”, y las agrupa, no por los rasgos intrínsecos de sus obras, sino por su mera condición femenina. Por supuesto, era una novedad en el Río de la Plata que las mujeres escribiesen. No se las preparaba con una educación similar a la masculina como para que pudieran hacerlo, y no estaba bien visto que se “expusieran” a la luz pública y dieran qué hablar. Fueron muy criticadas por los más tradicionales y conservadores cuando se animaron a publicar revistas y libros, que solían firmar con seudónimo, sobre todo si eran de familias conocidas (por eso rubricaron sus novelas Mercedes Rosas de Rivera como “M. Sasor”, y Eduarda Mansilla como “Daniel”; una era la hermana y otra la sobrina de Juan Manuel de Rosas). Aunque no escribían todas de la misma manera por ser mujeres, las literatas tenían ciertos objetivos y perspectivas comunes: el reclamo por la educación igualitaria para varones y mujeres (la “ilustración” que se les retaceaba), una posición contraria a las guerras civiles que desangraban al país, y una mirada mucho más perceptiva y atenta que la de los varones canonizados sobre los subalternos (parte de los cuales eran ellas mismas: minorizadas, secundarizadas en cuanto sujetos intelectuales, políticos, civiles). La inmensa mayoría no pudo acceder a los grandes diarios de la época. Tuvieron que conformarse con publicar en revistas femeninas que a menudo eran dirigidas por varones pero que tenía un “público modelo” restringido, de mujeres. Aunque se ha avanzado mucho a nivel especializado en el descubrimiento, reconocimiento y estudio de sus aportes, en el nivel del público general y el imaginario colectivo, la situación no ha variado mucho. ¿Cuántos argentinos saben, por ejemplo, que Eduarda Mansilla publicó en 1880 el primer libro de cuentos para niños y jóvenes de la Argentina? ¿En cuántas escuelas del país hay al menos un ejemplar de ese volumen en la biblioteca? Sin embargo existe una edición crítica reciente de Hebe B. Molina (UnCuyo-CONICET): Cuentos (1880), que se lanzó en 2011 en la colección EALA (Ediciones Académicas de Literatura Argentina), dirigida por mí, en la editorial Corregidor. “
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