“La tercera parte de cada una de nuestras jornadas transcurre entre sábanas. Dicen que las de algodón son las mejores, con sus fibras naturales que absorben la transpiración, abrigan en invierno y dan frescura en verano. Aprendí mucho sobre sábanas en los infinitos días circulares de la pandemia, abriendo los catálogos de tiendas online, cotejando tamaños, calidades, colores y resistencia. Compré algunas, todo lo feliz que me permitía la prisión domiciliaria, porque no estaba sola, y podía seguir compartiéndolas con el amor de mi vida. Los versos de Federico García Lorca consonaban con el tejido resistente y suave: ¡Oh rumor de tu cuerpo con el mío!,/ ¡Oh gruta de algodón, penumbra y llama!”
“Mientras, había otras sábanas que sus usuarios no habían elegido, sobre cuerpos que sí dormían solos, en las camas de clínicas y hospitales, en terapia intensiva o ya en las salas comunes, contando las horas que los devolverían al encierro de sus casas con un certificado de salvación transitoria, porque la muerte llega cuando quiere o cuando debe y, como en aquel cuento persa, si creemos haberla evitado hoy, mañana nos estará esperando en Samarkanda.”
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