En un ensayo seminal, La mujer y su expresión (1936) declaraba Victoria Ocampo que la literatura de todos los tiempos se había escrito casi invariablemente desde una sola perspectiva: la del varón, siempre dispuesto a hablar de sí mismo y también de las mujeres “en calidad de testigo sospechoso.”
Escribir ficciones históricas me permitió no solo irrumpir en el largo monólogo masculino, sino mostrar desde adentro, como hermana de género, la cadena de antepasadas que hicieron la Historia humana y, en particular, las que co-fundaron nuestra literatura nacional. Dos de mis novelas abordan las vidas de escritoras argentinas: Eduarda Mansilla en Una mujer de fin de siglo (1999) y Victoria Ocampo en Las libres del Sur (2004).