En este relato ambientado a principios del siglo XX, un personaje -el porteño Teófilo Rosas- descubre la devoción popular a una santa del baile y la fiesta
“Ahora es Teófilo quien se ríe a carcajadas, mientras sigue bailando. ¿Qué gracia podrá pedirle él a la Telesita antes de que se acabe la noche? Quizá no tenga que pedirle nada. Se siente bastante vivo y bastante buen mozo como para ganarse por sus propios medios lo que está deseando. Mientras descansan, le ofrece a su compañera el pañuelo perfumado para secarse la cara.
-Me tiene intrigado su Telesita. [.]
-Cada uno la ve como quiere verla. No se perdía una fiesta. Llegaba con su puco en la mano, su platito de barro, y le servían de comer y de tomar. Ni de tomar ni de zapatear se cansaba nunca. Bailaba hasta que se le deshacían las trenzas, y se le rompían los collares de cuentas, y se le gastaban en pedazos las ojotas y se le deshilachaba la ropa.”