Participaron Alicia Borinsky, Carlos Brück y María Rosa Lojo. Moderó: Alejandro Boverio.
Exposición de María Rosa Lojo. Resumen.
La “autofiguración”, la “postura” de autor, la construcción de un ethos, de una mitografía personal, son prácticas habituales en la vida y obra de Gombrowicz. Este gran destructor de identidades anquilosadas y de roles convencionales, no deja nunca, por otra parte, de autoproponerse ante los ojos de otros, de elaborar imágenes de sí mismo. Encuentra el mejor estímulo y la más seducida audiencia en Doninique de Roux, su corresponsal y también el autor de la extensa entrevista publicada como Testamento, objeto central del análisis, cuyas (auto)definiciones personales y estéticas se vinculan con otras zonas de su ficción, de los Diarios y de la correspondencia.
En el ápice de la gloria, WG, por fin superstar después de años de anonimato y libertad creativa, es continuamente exhortado a hablar de sí, y lo hace en abundancia, con lucidez despiadada y espíritu lúdico. Sigue “epatando” burgueses, aunque –lo quiera o no– esa gloria tardía lo ha colocado en un cierto sitial/pedestal de aburguesamiento. El ejercicio auto reflexivo diseña también una poética y muchas paradojas: ante todo, la del encarcelamiento en la “Forma” que tanto trató de evitar pero que las autodefiniciones terminan propiciando.
Gombrowicz, el excéntrico, outsider, incorrecto “monstruo”, el “incapaz de amar”, ¿desea ser amado/admirado? En cualquier caso, ya no es más un solitario (si es que alguna vez realmente lo fue). Y se reconoce como explorador (y también representante) de los aspectos más radicales, auténticos, oscuros, de una común humanidad. Aspectos que solo podrían ser revelados a través de una forma (la artística) chocante, rutilante, sorprendente.